Por: David Benítez

En el occidente del departamento de Boyacá, un grupo de jóvenes está aprendiendo a hablar, liderar y transformar su territorio, cuidando el medio ambiente, fortaleciendo procesos de sana convivencia y participando en los diferentes procesos que viven sus territorios.

El frío de la mañana penetra suavemente hasta los huesos y el sol dorado comienza a abrirse paso por las montañas de San Miguel de Sema. En el pueblo de El Charco, el silencio del campo se mezcla con el bullicio de más de setenta jóvenes que amanecen entre tiendas de campaña y mochilas. Se oyen risas, voces, gritos de saludo, instrucciones del boyapaz y el movimiento constante de quienes inician un nuevo día.

No están de vacaciones ni de retiro religioso: están en el campamento “Parche Motivando Sueños”, una iniciativa del Programa de Desarrollo y Paz de Occidente de Boyacá—Boyapaz—que reúne cada año a decenas de jóvenes para fortalecer sus habilidades de comunicación, liderazgo y trabajo en equipo.

El campamento se desarrolla en una institución educativa rural de San Miguel, donde los participantes se encargan de todo: desde preparar la comida y organizar las carpas hasta limpiar los espacios y planificar las actividades. Cada acción se convierte en una lección de convivencia y corresponsabilidad.

Entre ellos, una joven de Coper sonríe mientras organiza sus materiales. Ella está feliz de participar, pero con la incertidumbre de no saber lo que le espera. Las actividades del día girarán en torno a la comunicación y pronto descubrirás que hablar, escribir o contar una historia también son formas de transformar tu entorno.

El occidente de Boyacá es una tierra fértil y herida. En los años más duros de las llamadas guerras verdes, las esmeraldas definieron el destino de miles de familias. De estas heridas nació en 2016 Boyapaz, una organización que acompaña a comunidades, mineros, mujeres y jóvenes para construir la paz a través de la acción local.

“Boyapaz surge de la memoria de un territorio que decidió apostarle a la vida”, explica Karoll García, directora ejecutiva de la corporación. “Nuestro trabajo con los jóvenes es clave porque son ellos quienes pueden transformar la historia de sus municipios a través de la participación, la comunicación y la esperanza”.

Este propósito se materializa cada año en el campamento “Parche Motivando Sueños”, que en su duodécima versión reunió a 73 jóvenes de 20 municipios para conversar sobre liderazgo, trabajo en equipo y poder comunitario.

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Entre los asistentes se encuentra Juan José Moreno, de Muzo. “Trabajo en la mina”, dice con orgullo. “Caminé ochenta metros bajo tierra con una pala y una carretilla”. Pero su mirada revela otra ambición: quiere ser piloto y seguir siendo líder juvenil en su comunidad.

En el campamento, los talleres de comunicación lo cautivaron de inmediato. «En la mina casi no se habla; aquí aprendí que comunicar también funciona», dice mientras prepara su plato en la cocina comunitaria.
«Ser minero no está mal, pero quiero algo más. Quiero representar a mi gente y que mi pueblo tenga más oportunidades», afirma.

Sara Vanessa: salir de la monotonía y comunicar lo que existe

Sara Vanessa Merchán, de Coper, tiene 16 años y una energía vibrante. “En mi pueblo no hay mucho que hacer”, afirma. «Los jóvenes casi no salen. Sólo aparcan y usan el móvil. Pero aquí aprendemos que hay otras formas de vivir».

Durante el campamento, participó en ejercicios destinados a fortalecer las habilidades comunicativas, como presentar noticias, contar historias y entrevistar a otros compañeros sobre lo que sucedía en el campamento. “Al principio fue difícil, pero me gustó”, confiesa. “Aprendí que lo que no se comunica no existe, y que la comunicación también se demuestra con acciones”.

Sara Vanessa entiende que las palabras pueden ser una herramienta de cambio: «Quiero organizar actividades en mi municipio y motivar a otros jóvenes. Hacerles entender que liderar no es mandar, sino escuchar y participar».

En el otro extremo del campamento está Sara Valentina Rincón, de Nobsa. A los 18 años ya era orientadora juvenil y lidera procesos ambientales en su región.

«Todo es político», dice. «Las decisiones que tomamos, lo que comemos, lo que callamos. Aquí aprendí que un buen líder es aquel que escucha y construye con los demás».

Para ella, los campamentos de Boyapaz son un laboratorio de ciudadanía: «Si no nos escuchamos entre líderes, ninguno crece. Estos espacios nos enseñan a comunicar y reconocer el valor de cada voz».

A lo largo de las jornadas, los ejercicios fueron diversos: desde identificar procesos de comunicación en sus comunidades hasta contar historias en diferentes formatos, como crónicas, dramatizaciones y simulaciones de noticieros.

Cada dinámica reforzó una idea esencial: lo que no se comunica no existe, y la comunicación debe ser tangible, visible, puesta en práctica.

Los jóvenes descubren que saber hablar, escuchar y trabajar juntos es también construir la paz. “Cuando se expresan se reconocen”, dice uno de los facilitadores. “Y cuando se reconocen a sí mismos, dejan de sentirse solos”.

Al caer la tarde, el sol se filtra entre los árboles y las voces se funden con el canto de los pájaros. Los jóvenes hacen sus mochilas, cansados ​​pero diferentes. Juan José promete regresar con más amigos; Sara Vanessa ríe con su grupo; Sara Valentina anota sus últimas ideas en una libreta.

En esta tierra donde durante décadas se buscó riqueza bajo las montañas, hoy el brillo proviene de otro lugar: de las voces que se alzan.
Voces que aprenden a hablar, escuchar y construir comunidad. Voces que, con el tiempo, podrían cambiar el destino del occidente de Boyacá.

Porque Boyapaz sigue cumpliendo su propósito: fortalecer a los jóvenes para que sean los nuevos líderes de su territorio, no con piedras preciosas en las manos, sino con palabras firmes, ideas claras y sueños compartidos.

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