En los últimos meses, la administración de Donald Trump (EE.UU.) ha cambiado su enfoque hacia América Latina, dado que el narcotráfico ya no es sólo una cuestión de orden público sino también de seguridad nacional vinculada al terrorismo. La nueva política se centra específicamente en dos países, Colombia y Venezuela, a los que Washington acusa de mantener o permitir relaciones con organizaciones terroristas, incluido Hezbolá, grupo libanés designado como organización terrorista por Estados Unidos y con un historial de financiación a través del narcotráfico en América Latina.

Según diversos informes y testimonios de agencias y agencias de seguridad estadounidenses, Hezbollah no sólo opera en Medio Oriente, sino que también tiene sistemas de financiamiento ilegal en América Latina, utilizando rutas de drogas, contrabando y lavado de dinero para mantener su infraestructura internacional. En particular, un estudio del Atlantic Council de 2020 sugirió que Venezuela se había transformado en un «centro» de convergencia para el crimen organizado, el narcotráfico y el terrorismo, en el que Hezbolá y sus vínculos con Irán desempeñaban un papel importante.

En este nuevo escenario, Washington afirma que Colombia y Venezuela no sólo luchan contra el narcotráfico, sino que también son responsables –o cómplices– de redes vinculadas a grupos terroristas como Hezbollah. La implicación es que estas redes operan en áreas fronterizas o áreas de baja gobernanza, explotando las brechas entre los dos países para el movimiento de drogas, armas, dinero ilegal y personas. En julio de 2025, Estados Unidos ya había designado a ciertos grupos criminales en Venezuela como organizaciones terroristas, sentando las bases para esta nueva narrativa.

Una clara manifestación de esta política es la expansión del ejército estadounidense en el Caribe y cerca de la costa de Venezuela – y por extensión cerca de Colombia. Según los informes, hay alrededor de 10.000 tropas, varios buques de guerra, incluso un submarino nuclear, todos bajo el mando del Comando Sur de Estados Unidos, con el objetivo declarado de luchar contra lo que se ha llamado «narcoterrorismo». Al mismo tiempo, se han producido ataques estadounidenses a embarcaciones o barcos que supuestamente transportaban drogas hacia o desde Venezuela, lo que ha generado fuertes críticas de Colombia y Venezuela por la cuestión de soberanía, legalidad y transparencia de las pruebas presentadas.

Del lado colombiano, el gobierno de Gustavo Petro ha denunciado que los ataques estadounidenses -y esta narrativa de una «guerra contra el narcotráfico» de estilo militar- afectan la soberanía de Colombia e incluso matan a civiles o pescadores. Venezuela, por su parte, rechaza cualquier vínculo directo que la coloque como Estado patrocinador del terrorismo, acusado por Washington de permitir o facilitar redes de tráfico de personas que benefician a Hezbolá u otros grupos. Estas acusaciones han provocado dificultades en las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

¿Qué significa esta conexión especial?

  • Para Colombia: Aunque históricamente ha sido un importante aliado de Estados Unidos en la lucha contra la cocaína, la narrativa estadounidense actual exige una mayor transparencia y conduce a la eliminación de redes transnacionales que podrían estar vinculadas al terrorismo. En este sentido, la presión internacional está aumentando y se plantean dudas sobre si Colombia ha cumplido con los acuerdos de control de drogas acordados por Washington.
  • Para Venezuela: Caracas está acusada de permitir que el narcotráfico, el lavado de dinero y organizaciones criminales se comuniquen con grupos terroristas. Estas acusaciones van acompañadas de sanciones, amenazas de intervención militar y la proximidad de la flota estadounidense.
  • Por Hezbolá: Su presencia en la región, aunque menos visible que en Medio Oriente, adquiere mayor importancia bajo esta política estadounidense que la censura como actor global en el crimen y el terrorismo.
  • Para un panorama regional: Esta política estadounidense redefine el marco dentro del cual combatir el tráfico de drogas, incluidos aspectos de seguridad nacional, terrorismo y fortalecimiento militar, generando preocupaciones sobre la legitimidad internacional, los derechos humanos y la soberanía de los países latinoamericanos involucrados.

Desafíos, críticas y efectos secundarios.

  • Falta de transparencia: Una de las principales críticas es que Estados Unidos no siempre revela pruebas claras de los vínculos de ciertos países o grupos con Hezbollah o con el narcotráfico y el terrorismo, lo que debilita la legitimidad de sus acciones.
  • Soberanía y Derecho Internacional: Los ataques navales o a barcos frente a las costas de Venezuela -y en las cercanías de Colombia- crean un debate sobre si se están violando los derechos de soberanía o si se está utilizando la «guerra» sin declaraciones formales. La designación de «conflicto armado no internacional» para las organizaciones terroristas también plantea dudas sobre el marco jurídico.
  • Acumulación militar y riesgo de conflicto: A medida que aumenta la presencia del ejército estadounidense en la región, existe el riesgo de que se produzca un incidente que desencadene un enfrentamiento entre Estados, por ejemplo, entre Estados Unidos y Venezuela, o Colombia atrapada en la encrucijada.
  • Influencia interna en Colombia y Venezuela: En Colombia, estas acusaciones pueden afectar la cooperación bilateral con Estados Unidos, la ayuda exterior y las relaciones diplomáticas. En Venezuela, la presión internacional, las sanciones y el aislamiento podrían aumentar.
  • Complejidad del crimen organizado: Aunque se reconoce la conexión entre drogas y terrorismo, establecer vínculos directos, operativos y legales entre Hezbollah, organizaciones latinoamericanas y países como Venezuela o Colombia sigue siendo muy complicado y dependiente de pruebas que muchas veces no se hacen públicas.

Conclusión

La nueva estrategia de Estados Unidos hacia América Latina, que agrupa al narcotráfico y al terrorismo bajo la misma categoría de «narcoterrorismo» y señala a Colombia, Venezuela y Hezbollah como ejes de esa estrategia, representa un cambio significativo en la política regional. Más allá de la retórica, lo que viene ahora es cómo responderán los países participantes -especialmente Colombia- a esta renovada presión, cómo se ajustarán sus políticas internas (sobre drogas, seguridad y diplomacia) y cómo se gestionará una cooperación que ya no es sólo contra las drogas sino también contra el terrorismo. Para la región, este es un momento de riesgo y redefinición: el riesgo de una escalada militar y diplomática y la redefinición de alianzas, soberanía y agendas de seguridad.

61

Redactor
About Author

Redactor