El mundo del arte está en un giro argumental de humor. Mientras todo el mundo discutía si la inteligencia artificial iba a acabar con la creatividad o si los NFT eran el futuro o simplemente un meme caro, surgió un fenómeno inesperado: artistas que están mezclando técnicas tradicionales con procesos algorítmicos como si fueran DJ estéticos. El resultado es una especie de arte híbrido que parece provenir de un laboratorio secreto donde Dalí y un ingeniero de software se sientan a conspirar.

Lo interesante no es sólo la mezcla, sino la intención detrás de ella. Estos creadores rechazan la idea de que el arte debe ser “puro” o “auténtico” y abrazan un caos creativo que combina pinceladas reales, texturas táctiles y mutaciones generadas por modelos computacionales. El trabajo final parece un fallo elegante: imperfecto, vibrante y con la energía de algo que aún no sabe exactamente lo que quiere ser.

En los museos la conversación es feroz. Los curadores que juraron que nunca publicarían algo hecho con herramientas digitales ahora están dando giros a la trama más intensos que los de una novela turca. La razón es simple: el público lo está pidiendo. Quieren obras que provoquen ese sentimiento de “espera, ¿qué acabo de ver?”, piezas que los obliguen a preguntarse si lo que observan nació de una mano, una máquina o una rara colaboración entre ambas. El misterio seduce.

Pero más allá del morbo tecnológico, la tendencia está revelando algo más profundo: la creatividad no es una línea recta ni una lucha entre humanos y máquinas. Es un territorio mutante donde las herramientas amplían la imaginación en lugar de limitarla. Los artistas que se están sumando a esta ola no pretenden competir con algoritmos; los están tratando como pigmentos, instrumentos o materiales. Es la misma lógica que suscitó discusiones cuando apareció la fotografía o el collage.

Y mientras la academia intenta ponerse al día, las redes sociales ya hicieron de las suyas. Las obras híbridas circulan a una velocidad absurda, saltando de viral en viral, provocando debates y dejando claro que la generación actual está preparada para formas de arte que desafían lo familiar. Lo nuevo no pide permiso.

La sensación es que estamos al principio de algo grande. No es un reemplazo del arte clásico, sino una remezcla monstruosa que abre nuevos caminos. Si el arte siempre ha sido una forma de experimentar, esta es simplemente la versión 2025: impredecible, ruidosa y deliciosamente ña.

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