Takahiro Shiraishi, de 34 años, fue ahorcado este viernes en Japón. Fue sentenciado a muerte por matar y desmembrar a nueve personas que se pusieron en contacto con Twitter, hoy llamó X. Esta es la primera aplicación de pena capital en ese país desde 2022.
El horror comenzó en Halloween
La policía descubrió los asesinatos en octubre de 2017, mientras investigaba la desaparición de una niña de 23 años. Su hermano aceptó su cuenta de Twitter y llevó a los agentes a la casa de Shiraishi, en los suburbios de Tokio. Allí encontraron 240 fragmentos de huesos ocultos en refrigeradores portátiles y caja de herramientas, cubiertos con arena de gato.
Durante el registro, también confiscaron cuchillos, tijeras, montañas y otros elementos de carpintería. Las víctimas, entre 15 y 26 años, habían expresado pensamientos suicidas en las redes sociales. Shiraishi se ofreció a «ayudarlos a morir», pero terminó matándolos.
Un crimen sexual, violento y calculado
Shiraishi confesó los nueve asesinatos. El ministro de Justicia, Keisuke Suzuki, explicó que el hombre golpeó, estranguló, robó, violó y mutiló a sus víctimas. Mantuvo partes de los cuerpos y arrojó a otros a un vertedero. Según Suzuki, actuó para satisfacer los «deseos sexuales y financieros». Afirmó que los crímenes «conmocionaron al país» y que, después de un reflejo, ordenó su ejecución.
Condena confirmada por justicia
En 2020, un juez lo condenó a muerte. Los abogados pidieron prisión, argumentando que las víctimas habían consentido morir. El tribunal rechazó esa idea y describió sus acciones como «astutas y crueles». Señaló que el asesino aprovechó a las personas vulnerables y pisoteó su dignidad.
Japón mantiene la pena de muerte
El país practica la pena capital al colgar. En 2024, una encuesta oficial reveló que el 83 % de los ciudadanos lo consideran «inevitable». Aunque la ley exige ejecutar al recluso seis meses después del fallo, muchos pasan años en el corredor de la muerte. En Japón, los prisioneros generalmente saben la fecha de su ejecución solo unas pocas horas antes.
A pesar del apoyo popular, las organizaciones cuestionan la falta de transparencia en este sistema y critican el tratamiento de los condenados.